
En la mayoría de los hombres, la conciencia es la opinión anticipada de los demás (Henry Taylor)
A lo largo de las últimas entradas hemos dado a entender que el hombre básicamente es un “YO” y que ese “yo” no es más que “una” voluntad que quiere hacer o decir algo en el Universo. Esa Voluntad, a menudo, cabalga a horcajadas entre un Yo interior (superior), en estado “ondulatorio”, y el Yo natural, “corpuscular” (exterior, inferior), que cree ser en virtud de una conciencia “adquirida” que no es suya propia.
Adquirimos esa conciencia a través de referentes virtuales en función de la época en la que vivimos, la cultura en la que estamos sumergidos, las modas sugeridas por la TV y las influencias de las redes sociales.
Y de este modo, esa voluntad se va volviendo una voluntad despistada y confundida que tiene visión porque existe la luz, y tiene tacto porque hay espacio, y es capaz de oír porque existen los sonidos… pero que, en realidad, no “sabe” ni conoce. Es lo que los castizos dicen “carne trémula”.
Lo que ese YO, o voluntad, cree “saber o conocer” y llama experiencia, no es tal, sino, más bien, el procesamiento sin filtro ni conciencia de los datos que recibe – procesar y acumular datos no es “saber” — y de las emociones que siente. Cuánta gente presume de que la vida es “sentimiento!!!! Y se quedan tan tranquilos.
Estas personas creen que su pensamiento es “su pensamiento”, pero es un pensamiento intervenido que no es suyo. Si fuésemos capaces de contactar con nuestro otro YO “superior” (interior) al otro lado del agujero negro de la existencia, podríamos acceder al pensamiento no intervenido, al pensamiento original nuestro “de fabrica”, que en salud mental es la conciencia no adquirida, llamada por la escuela Junggiana SELF.
Y sólo entonces seríamos verdaderamente libres porque, al saber quiénes somos, sabríamos qué necesitamos y, al saber qué necesitamos, ya no nos seduciría con tanta facilidad la tentación, entendiendo por tentación la sutil oferta que hace nuestro entorno o nuestro Ego para paliar esa carencia, ese dolor o ese sufrimiento que llevamos dentro; y nuestra búsqueda será más útil, más ágil, mejor enfocada y, lo más importante, exitosa.